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6.¿Cual es el secreto de la vida?




¿Cual es el secreto de la vida?


Existe una ley universal a la que muchos llaman “El Secreto de la vida”. Este secreto imparte una filosofía de pensamiento que, en realidad no es nueva, pero que, para muchos está siendo de gran impacto a la hora de incluirla en su vida. Se trata de algo que siempre ha existido a lo largo de la historia y que, los que la han conocido y conocen, como, por ejemplo gobernantes y personas de éxito y prestigio, no han sabido o no les ha interesado compartir al resto del mundo.

¿Hay algo que realmente crees que quieres obtener para hacer tu vida más plena?: Salud perfecta, abundancia material o sentimental, iluminación espiritual.

Muchos de los llamados “milagros” se siguen al aplicar “El secreto de la vida”.

El secreto de la vida no es otra cosa que el entendimiento y aplicación consciente de la ley de atracción que existe y penetra en todas las dimensiones del universo: Desde la misma atracción de la gravedad que atrae nuestros pies a la tierra.

Apliquemos todo esto al pensamiento:

Piensa, por un instante que eres un imán:

“lo semejante atrae lo semejante”

Nuestra labor principal como seres humanos es tener y poner claro en nuestras mentes lo que queremos, y permitir que la invocación de este pedido ocurra correctamente.




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“te conviertes en aquello en lo que piensas”, sin darte cuenta que, con lo que más piensas, puedes atraer aquello que realmente no quieres.

Este poder está actuando como una ley eterna. Da igual que seamos conscientes o no de ello. Se hará útil a ti aplicándolo en la secuencia pensamiento-convertir-agradecer.


¿Dónde comienza el problema?:

Muchas personas piensan, focalizan su atención precisamente en lo que no quieren. ¿Por qué lo que no queremos es lo que viene a nuestra vida una y otra vez?:

A la ley de atracción no le importa si percibes algo bueno o malo, o si lo quieres o no, simplemente responde a tus pensamientos, y sobre todo a lo que sientes sobre estos.

Así que mira y recibe, sin intentar huir, las cosas que no quieres, pero no te concentres mucho en ello.

Emite pensamientos relacionados con las cosas que si queires para concentrarte sólo en ellos.

Atraemos los pensamientos que guardamos en nuestra conciencia, sean estos conscientes o inconscientes. Estos últimos tendrán más poder si nuestra vida es demasiado acelerada, aunque, por supuesto que puede haber pensamientos positivos en el subconsciente, pensamientos que ya habíamos creado anteriormente, lo cual hace que estemos más protegidos.

Todo está disponible a nuestro alrededor. Tenemos que abrir los ojos y mirar. Todo se puede simplificar con la idea inevitable de que somos un imán que atrae lo semejante.

La Física Cuántica dice que no puede haber ningún universo posible sin que la mente lo elija. La mente entra en todo momento y actúa dando forma a la perfección.

Si comienzas a pensar por primera vez sobre la responsabilidad que te puede suponer no cambiar tus pensamientos negativos en positivos realmente todos podríamos empezar a tener grandes sentimientos de culpa, pero no debemos olvidar que los pensamientos negativos nunca tienen ni van a tener más fuerza que los pensamientos positivos porque aquellos han nacido de la dualidad, de la división, del malestar de la conciencia, mientras que lo positivo estará siempre en conexión, en la frecuencia de la fuente de buenas ideas o pensamientos.

El tiempo nos ayudará a que podamos potenciar mas lo positivo y descartar, cada ves mas, lo negativo.




 ¿Que nos hace humanos?

 

 
“Los seres humanos somos especiales. Todos resolvemos problemas sin esfuerzo y de manera rutinaria. […] Somos algo muy grande, y eso nos asusta un poco”, asegura Michael S. Gazzaniga, director del Centro SAGE para el estudio de la mente de la Universidad de California. Hace cuatro años que publicó El cerebro ético, un libro en el que abordaba los dilemas éticos relacionados con el sistema nervioso y que tuvo una amplia acogida. Ahora vuelve a escena con ¿Qué nos hace humanos? (Paidós, 27 €), una obra en la que ofrece una amena y entusiasta “explicación científica de nuestra singularidad como especie” y que estará a la venta a partir del 23 de septiembre.

¿Grandes cerebros implican grandes ideas? ¿Sería divertido salir con un chimpancé? ¿En qué pensaríamos si fuésemos la única persona sobre la Tierra? Son algunas de las originales preguntas que plantea Gazzaniga en voz alta y a las que responde haciendo referencia a algunas de las investigaciones neurocientíficas más recientes y sorprendentes. A lo largo de casi quinientas páginas, el autor nos guía en un recorrido a través del cerebro mientras nos explica desde un punto de vista científico cosas tan humanas como el 
miedo, las relaciones sociales, el chismorreo, el flirteo, las mentiras (a uno mismo o los demás), la moral, el contagio emocional, el bostezo, la imaginación, los tabúes, el arte, la música, la compasión… Y termina hablando de tecnología, inteligencia artificial y fyborgs. 

“Es dudoso que tengamos la capacidad cerebral necesaria para asimilar toda la información que se está reuniendo”, reflexiona Gazzaniga al final del libro. “Pero nuestra capacidad de desear o imaginar que podemos ser mejores es notable. Ninguna otra especie aspira a ser más de lo que es”.




 
Para poder conocer qué es lo específicamente humano, echamos mano de compararnos con nuestros parientes más próximos, los primates. Con esto no se pretende demostrar que los animales son diferentes a los hombres –eso es obvio- sino mostrar en qué lo son.
Lo que nos hace humanos es la capacidad de aflojar las ataduras del dictado de los genes. Es una respuesta certera que nos ofrece tanto los conocimientos de la Biología Humana, como los conocimientos del cerebro y la mente, que hoy tenemos gracias a los avances espectaculares de las llamadas Neurociencias.
Reconozco de entrada, que tengo una especial debilidad por algunos animales; en concreto por los chimpancés. Es grato saber cómo funciona su cerebro. Están muy bien hechos y se comportan bien; no desconciertan. No quiero decir que nos conozcamos a nosotros mismos mirándoles a ellos. Al contrario, precisamente porque me experimento a mí misma, y conozco a otras personas, el mirarles a ellos, el ver como funciona su cerebro, facilita no eludir el misterio del hombre. Asirlo y que no se me escape.
Esta comparación es de las pocas que no son odiosas. Realmente en cada uno de nosotros hay algo misterioso, más allá del misterio mismo de la vida, que no aparece nunca en ellos.
En cada uno de los hombres, el primer nivel, es lo biológico. Y en cada uno de nosotros, ese nivel básico se funde con ese otro que hace de nuestra vida nuestra biografía: una autobiografía. Hace que tenga cada uno su historia personal, su pasado, y con nuestro pasado y nuestras raíces, seamos capaces de proyectar el futuro desde el presente. Eso otro se puede llamar de muchas formas. Me referiré como el plus de cada uno. Un plus de realidad, suyo, que le hace a usted ser diferente de cualquier otro, aunque ese otro sea su hermano gemelo; aunque tenga, y haya tenido, la mismísima educación y ambiente.
A lo largo de la evolución los animales han ido alcanzando más y más autonomía del medio, a diferencia de las plantas. Es porque tienen cerebro, ven, oyen, se comunican muchas cosas entre sí, por ejemplo si hay depredadores, si hay alimentos… Y saben responder a las señales que les envían sus congéneres. Saben, por ejemplo, distinguir los sonidos emitidos por una cría juguetona del emitido por el macho líder de la manada; y no responden con el mismo comportamiento en un caso que en otro. Lo que nunca saben es que saben.




Aprenden el modo de comportarse propio y específico de los suyos, el mismo para todos desde que aparecieron los suyos en la Tierra. Tan bien ajustados sus instintos que nunca se envenenan, ni se indigestan. Tienen tan a mano las respuestas correctas que reaccionan como corresponde a su especie y a su edad; respuesta siempre correcta y siempre igual.
Con ellos no hay sorpresas. Se puede saber como se va a comportar en una misma situación con solo saber su edad. Es clásico el experimento de la respuesta al miedo de monos. Si son de corta edad reaccionan si se les separa de la madre con un susurro; es un comportamiento asociativo, con el que intentan que ésta se les acerque. La vía del cerebro que controla el comportamiento al miedo está en un estado de madurez concreto, correspondiente a su edad. Meses más tarde, cuando han desarrollado otras vías o madurado esa vía estos animales son capaces de reaccionar de formas también diferentes ante las amenazas inmediatas: primero, con inmovilidad absoluta y más tarde con gruñidos.
El animal vive siempre en un permanente presente. Su comportamiento es característico de cada edad de la vida, para todos y cada uno, idéntico. Vivir sólo en presente es el propio del animal: no tiene por tanto ni necesidad de arrepentirse ni alegrarse de nada del pasado, ni necesidad de proyectar y ganarse el futuro.
Tan es así, que jamás se ha logrado enseñar a un animal a clavar un clavo. Clavar un clavo en una pared supone proyectar, con iniciativa propia, los martillazos; corregir a cada paso la trayectoria, enderezando o inclinando el clavo de manera que la punta penetre. La naturaleza no da a ningún animal, ni siquiera al chimpancé, ninguno de los dos elementos imprescindibles para esa tarea.
¿Qué es imprescindible para clavar un clavo? Pues algo que a nosotros nos parece tan sencillo como memoria del pasado, del resultado de los martillazos anteriores, y planificar uno a uno los siguientes de acuerdo a la meta de que penetre derechamente la punta. Clavar un clavo es una tarea con etapas, que sólo quien no está encerrado en el presente puede realizar. El punto de destino al que llegar le viene marcado de antemano por la naturaleza, de modo que la vida no le exige tomar decisiones de futuro, proponerse metas propias. La vida para ellos no es tarea.
Para cada ser humano la vida sí es tarea. Su  propio plus de realidad, le permite aflojar las ataduras del dictado de los genes, que encierran en el presente.
Más aún, un animal no aprende jamás a clavar un clavo, aunque se intente pacientemente enseñarle a hacerlo, porque no tiene sentido biológico para ellos, no necesitan colgar, y la naturaleza no le dota con circuitos cerebrales para tareas con etapas sucesivas a no ser que estén ligadas directamente a sus objetivos naturales de sobrevivir y mantener la especie.
Sólo poseen en su cerebro los carriles de dirección única que le llevan a vivir la vida característica de sus congéneres, y transmitir esa vida. Sólo tiene “sentido” para ellos lo que necesitan para alimentarse, defenderse y reproducirse. Lo demás no les llama la atención para nada. Y, si paradójicamente, tuvieran esa necesidad resultaría que por no lograr “recordar” qué quieren hacer; darían martillazos sin un objetivo.
Nosotros somos capaces de clavar un clavo, y muchas cosas mas, por estar liberados del encierro en el automatismo de las necesidades biológicas y del permanente presente. No estamos encerrados en unos estímulos específicos que, al procesarlos, generen unas respuestas estereotipadas, las de la especie.


Ese aflojar las ataduras del dictado de los genes hace de la vida de cada uno una historia, una biografía personal que habla de sus relaciones con otros, de la cultura y educación recibida y buscada, de sentimientos e ideas. Que la historia de cada uno es distinta no admite duda; entre otras cosas lo muestra el que se hayan escrito miles de novelas, y se seguirán escribiendo. Los seres humanos somos, de hecho, imprevisibles, a veces sorprendentes, algunos demasiado originales.
Esa liberación hace humano el cuerpo. El cerebro que esculpe cada uno y forja con su vida, registra lo innato y registra lo que le da la cultura, la educación, los amores, las amistades, las relaciones con los demás y las propias decisiones. Un cerebro propio pero no sólo eso. Si fuera así seríamos prisioneros de la propia historia. Querría decir, si fuera así, que si alguien estropea su vida no tendría salida. Quedaría encerrado en el pasado, determinado por él en el presente y en el futuro. Un encierro como el del animal y además responsable de ello. Lo que surge de la mente de cada uno es de cada uno, pero no es instinto ciego que me encadene al determinar la conducta en adelante.
La realidad es bien diferente. El pasado pesa e inclina la balanza de las decisiones, de la conducta en una dirección, pero no nos determina inexorablemente. Necesitaremos, tal vez, una ayuda, si el peso del pasado es grande, para liberarnos de esa atadura que nos encierra en nosotros mismos, impidiendo la relación con los demás, sin la que una vida se deshumaniza.
El plus libertad abre ventanas naturales desde dentro hacia fuera. Uno puede estrecharlas hasta casi taponar el ventanal, pero seguirá la brecha ene. Muro que nos mantiene siempre abiertos y siempre es posible ensancharla de nuevo.
De ahí la paradoja del hecho de que podamos padecer enfermedades que son de la vida biográfica y por ello propias y exclusivas de uno mismo. Como describe Julián Marías, «una persona que contrae una enfermedad cardiaca porque ha comido mucho, a lo que estaba inducido por la angustia, ha hecho poco ejercicio, porque tenia una relación poco confortable con su cuerpo y ha estado sometido a gran estrés impulsado por un poderoso afán de poder, se ha ido haciendo enfermo. A esta intrincada mezcla de elementos fisiológicos, psíquicos y conductuales podemos llamarla con buen sentido enfermedad biográfica. Este es el caso del drogadicto que es un ser que ha estropeado su biografía». Estropeada, es sólo estropeada; es decir, recuperable, que puede ser arreglada.







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